Hace un tiempo me cuestioné una cosa: ¿de verdad las creencias limitantes nos limitan tanto? ¿O lo hacen porque nosotros lo permitimos?
Una creencia es limitante, a mis ojos, cuando «no te deja hacer» algo que quieres, cuando te paraliza y terminas sin hacer nada.
Pero... ¿Y si cambiamos eso y decidimos que, cada vez que detectemos una creencia, limitante o no, la vamos a cuestionar?
Por ahí se habla muy mal de las creencias limitantes, porque nos paran. Y, yo, que le doy más vueltas a las cosas que un tiovivo un día de Navidad, me pregunto si nos nos pararán todas las creencias, en general.
Una creencia es un pilar de hormigón armado y revestido en nuestra vida.
Y, además, nos montamos en él y no nos bajamos.
Aquí un ejemplo:
¿Y si te cuentas que «se me da bien hablar en público»? ¿Qué te pasaría?
Porque esta ya no limita,
porque te hace sentir que eres todavía más capaz.
Da yuyu, ¿eh?
Entonces:
No te tomes las creencias como una verdad absoluta. Quítales ese poder. Son frases que están ahí, en nuestra mente, en el cuerpo, y tenemos que aprender a cuestionarlas y a no hacerles caso.
Y construye las que te interesan.
Porque, sean limitantes o no, nos coartan igual. Así que define las que sientes que te ayudarán y harán un bien en esta época de tu vida.
Y con los años, ve reciclándolas.
Se puede.
Dicho esto, volvamos a:
Las creencias limitantes no son malas.
Solo ponen nombre a cierta realidad que nos hemos comido con patatas sin cuestionar nada más y que, en general, no nos aportan lo que querríamos.
Pero si las usamos bien, podemos darles la vuelta para que nos ayuden al máximo.
Por ejemplo:
Lo primero es hacerse preguntas y cuestionar todo eso:
Somos construcciones.
Lo bueno de esto es que, al igual que nos construimos, nos podemos deconstruir.
Y si lo hacemos con la conciencia encendida (qué nos para y hacia dónde queremos ir), nos costará mucho más que nos paren.
Porque lo elegiremos.
Porque tendremos esa voluntad de decirnos: «no voy a dejar que esa creencia, que esa frase que un día me tragué sin masticar, determine mi vida».
Pegas un golpe en la mesa.
A puño cerrado, sí.
Y empiezas a deconstruirte.
1. No desesperarme con encontrarlas
El peligro de «sanar».
Cada uno tiene sus tiempos. Y las creencias, como los miedos, salen cuando tienen que salir. No te preocupes por tener que sacarlas, eliminarlas, sanarlas o quitártelas ya.
Aparecerán cuando sea el momento.
2. Si encuentro un bache o una resistencia,
empiezo a preguntar «¿por qué?», «¿para qué?», «¿por qué?», «¿por qué?», «¿para qué?», etc., hasta que doy con ella.
3. Cuando aparece alguna, no me obsesiono
La miro y pienso: «oh, mira, así que era por ti que...» .
Y sigo con mi vida.
Tal cual.
Si ha sido una revelación potente, la macero un rato; si no, la apunto para tener el registro y paso a la siguiente historia.
4. Me doy tiempo
Como ya sé que está ahí y que existe, la tengo presente en los momentos en los que puede aparecer y me cuento una película realista que la contradiga.
Por ejemplo:
En mi trabajo me dicen que hay que trabajar duro y dejarse la piel porque «el dinero es difícil ganarlo».
Yo, automáticamente digo: «NO».
El dinero no es difícil ganarlo.
Lo difícil es...
Esto sí es duro.
Cuestiona todo lo que te llegue de boca ajena y háblate como te hablarías si vivieses en la realidad que quieres vivir.
Se puede.
Un abrazo,